Por si tuviérais dudas os aseguramos que no habéis llegado a las Maldivas, si no al archipiélago de las Hébridas.
Una de las maravillas de este grupo de islas son de hecho las playas larguísimas de finísima arena blanca sobre la que rompen las aguas cristalinas del océano: en los días soleados os parecerá de estar en el Caribe.
Os quedaréis boquiabiertos admirando los colores que rodean estas tierras: el blanco de la arena, el turquesa del mar, el verde deslumbrante de los prados que llegan hasta la playa, el amarillo y el negro de los frailecillos comunes, el violeta de los brezos.
Estas 200 islas afiliadas la una a la otra en una línea larga 200km, soportan todos los días la furia del océano que golpea sobre las abruptas rocas y sobre los imponentes acantilados separados por bahías resguardadas y arenosas. Sin embargo el interior es un subseguir de formidables cadenas montañosas que resaltan sobre espectaculares brezales y turberas fangosas salpicados de minúsculos lochans, es decir, pequeños lagos.
Como en las Orcadas y las Shetland, también aquí es la naturaleza la que domina a la presencia humana: son parajes solitarios y habitados por poco menos de 27000 habitantes y durante horas conduciréis con la naturaleza que os rodea como única compañía, de manera tan absoluta que en algunos casos tendréis la sensación de haberos perdido.
Al contrario de las otras islas cercanas a las costas escocesas, aquí se advierte aún un sentido de aislamiento cultural: la economía de esta población, de cultura gaélica, no está fundada en el turismo sino en la agricultura, la pesca, la ganadería y el textil.